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Cambio climático. Agotamiento de recursos. Contaminación. Sobrepoblación. Modelo alimentario. Microplásticos [búscalo en Google]. Consumismo hiperacelerado. Desigualdad. Crisis ecológica. Deshielo y desertificación. Corrupción. Deterioro democrático. Extremismos políticos. Posverdad y fake news. Adicciones con y sin sustancia. Abusos…

El planeta Tierra avanza hacia el colapso.

–¡Paren, que me bajo!

Por favor, no me llames pesimista. Ni catastrofista. Tampoco alarmista

Antes se les adjudicaban estos calificativos a profetas y predicadores que dibujaban en sus exhortaciones un futuro apocalíptico.

Hoy, numerosos estudios científicos, investigadores e informes globales advierten de un panorama próximo desolador, y realizan llamadas de atención constantes a un mundo que marcha hacia su destrucción y ruina.

Al ritmo actual, el “sistema circulatorio” del planeta no da más de sí.

Y no lo dice solo un amigo mío: el mundo se va a la m****a, ¡y lo sabes!

Ni religiosos enajenados o youtubers conspiranoicos.

Tampoco el auge de series televisivas distópicas [Black Mirror, El cuento de la criada, Years and Years…].

Diferentes estudios ofrecen «un vistazo a un mundo de “caos absoluto” en un camino hacia el fin de la civilización humana y la sociedad moderna como la hemos conocido» (Existential climate-related security risk: A scenario approach, publicado por el Breakthrough – National Centre for Climate Restoration, NCCR, 2019); apuntando que es «necesario cambiar el rumbo actual», que «se necesita un cambio transformador» (Perspectivas del Medio Ambiente Mundial 6, publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, ONU, 2019); que se requieren «cambios rápidos, de largo alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad» (Calentamiento global de 1,5 grados centígrados, publicado por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, IPCC, 2018). Aún más, «los Estados deben triplicar la ambición de sus compromisos […]. Al evaluar las medidas de los países del G20 se observa que tales medidas todavía no se han adoptado; de hecho, las emisiones mundiales de CO2 aumentaron […] y no hay evidencias de que vayan a comenzar a disminuir en los próximos años […]. El ritmo actual de la acción nacional es insuficiente para cumplir los objetivos de París. El aumento de las emisiones y la lentitud en la acción implican que la brecha de emisiones es ahora más grande que nunca» (Informe sobre la Brecha de Emisiones 2018, publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, ONU, 2018).

En estos y otros informes [y más allá de Greta o agendas internacionales ocultas], el conocimiento actual nos presenta escenarios de colapso que urgen a «una distribución de los recursos de forma más equitativa y una reducción del consumo de recursos hasta niveles sostenibles» (Human and nature dynamics (HANDY): Modeling inequality and use of resources in the collapse or sustainability of societies, estudio financiado por el Goddard Space Flight Centre, NASA, 2014). Sin embargo, la falta de compromiso político, social e individual; los ejercicios públicos de diplomacia teatral y la maraña capitalista de intereses corporativos; la dificultad de implantar cambios en los hábitos consumistas de cada país y un largo etcétera, hacen que el punto de no retorno se vea cada vez más cercano a pesar de los acuerdos mundiales tomados: Protocolo de Kioto, 1997; Acuerdo de París, 2015. La última cumbre sobre el clima COP25 celebrada en Madrid [diciembre 2019] ha vuelto a generar decepción por la insuficiencia de sus compromisos.

Si la solución depende del ser humano… apaga y vámonos.

Estos planes son insuficientes y las medidas acordadas no alcanzarán los objetivos necesarios. Pese a todos los esfuerzos que hagamos, apuntan las voces críticas, ya es demasiado tarde para causar algún efecto real en el planeta que detenga el desastre. El tren ya está en marcha y no se puede parar.

Aunque nos creamos inmortales, en realidad somos efímeros.

Ignorante, inocente e inconscientemente permanecemos ajenos a las señales.

Pensamos que el planeta Tierra seguirá siendo [quizás con algún pequeño cambio] lo que es [y nosotros con él], pero «la creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para alcanzar así la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, con angustia, como si tuviera dolores de parto» (Romanos 8:19-22).

La Biblia no es la solución, pero en ella

sí intuimos un Camino diferente,

sí vislumbramos un Plan extraordinario,

sí encontramos la Respuesta que necesitamos.

En lo que sigue te presento cinco razones por las que la Biblia, hoy más que ayer, es un texto relevante, urgente y vital.

El colapso de nuestro mundo es inevitable,

pero tu vida puede tener otro destino.

Lee este Manifiesto, medítalo, critícalo, imprímelo, compártelo, recíclalo…; siéntete libre de hacer lo que consideres más útil y oportuno.

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