Esta mañana he tenido que hacer un transbordo en la estación de tren de Liverpool Street y al coger la maleta para subir unas escaleras he visto dos papeles con un formato “oficial” tirados en el suelo. Mientras ascendía, mi mente procesaba lo que había visto y, tras pensarlo un momento, he bajado las escaleras para recoger los papeles: eran dos documentos de identidad. Parecían de algún país del Este de Europa, aunque no me he detenido a analizarlos. Sólo he visto la fotografía de una mujer y en seguida he buscado a un responsable de la estación para entregárselos.

Sí, alguien había perdido sus documentos de identidad.

Sí, nuestra identidad es importante.

Lo que pasa es que a veces la perdemos, o se nos olvida, o por circunstancias cambia, o por preferencias la cambiamos… Hoy soy Europeo, mañana no lo sé. Yo soy azul, rojo, morado o naranja. Diestro, zurdo o de centro. De Villarriba o de ¡Abajolavilla! En realidad soy más de círculos que de aristas. O es que soy X, Y o Z…

Son tiempos de hierro y barro, de movimientos pendulares y de corrientes turbulentas. Brother and sister, no olvides, por favor, a pesar de tanto vaivén, quién

eres

en verdad.

Nuestra identidad, por encima de todo, hunde sus raíces y se construye sobre el gran YO SOY (Éxodo 3:11-14). Quizás Dios se dio a sí mismo ese nombre para que cada vez que el ser humano comienza una frase con “Yo soy…”, recuerde realmente en Quién está su verdadera identidad. Quizás si cada uno antes de seguir con la frase pensásemos en esas dos primeras palabras, las cosas serían diferentes…

A tu alcance está un documento de identidad imperdible, que da sentido, salva y es eterno.

“Eres -dice el Señor,- porque YO SOY”.