El sonido de las sirenas de las ambulancias siempre me ha parecido uno de los ruidos más desagradables que un ser humano puede oír. Ese penetrante “nino-nino-nino” me dibuja en la cara un (poco) disimulado gesto de rechazo e irritación. ¿Te ha pasado? No llegas a taparte los oídos públicamente (eso no sería nada elegante por tu parte), pero el tímpano te vibra tan fuerte que no te faltan ganas de hacerlo.
Sin embargo, desde hace algún tiempo mi perspectiva ha cambiado sobre este incisivo sonido… piénsalo así:
Detrás de esa sirena hay una historia. Probablemente sea ajeno a ti, pero algo grave y urgente está ocurriendo. El sonido puede molestarte, pero es necesario. Tiene una función específica e importante. Cumple un propósito oportuno y bueno. Alguien, en algún lugar, está sufriendo y precisa que la fuerza de la sirena abra un camino de vida entre el cerrado tráfico. Lo que para ti supone un sonido un tanto insoportable, otra persona lo siente como la respuesta a su llanto, como una melodía que viene en su rescate.
Dependiendo desde qué situación y perspectiva lo recibas, unos sonidos, unas señales o unas palabras pueden ser dulce música de salvación o simplemente ruido.
En ocasiones tengo la sensación de que la Biblia, su sonido, sus destellos y sus propuestas, son como esta sirena. Para el transeúnte que vive ajeno a lo que ocurre un poco más allá, puede parecer un ruido escandaloso; pero desde la perspectiva del que se reconoce necesitado, del que se sabe herido, su mensaje es una canción de vida,
agua fresca para el moribundo,
un bálsamo en la angustia,
una luz de rescate para el perdido.
No sé cuánto te molesta el sonido de la ambulancia, ni qué tipo de “nino-nino” ha llegado a tus oídos (de esto podemos hablar otro día), pero cuando necesites auxilio, no dudes en aceptar la melodía que viene en tu ayuda y déjate abrazar por Aquel, por el Único, dispuesto a entregar hasta la última gota de su vida por ti.
Gozo y Paz,
“Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón.” –Hebreos 4:12.