Hablando de atropellos (post anterior: TROMPAZO), ayer estuve en Hyde Park.
Hace unos doce años me llevé por delante a un ciclista en ese mismo parque londinense. Digo que “me llevé por delante” porque a quien se llevó la ambulancia fue a él…
Yo tenía unos 15 años. Era el viaje de final de Secundaria y una manada de calagurritanos aparecimos por Hyde Park. Caminaba entre el carril-bici y el de peatones, y de un momento a otro apareció un ciclista a toda velocidad. No lo vi. No me vio. Di una vuelta en el aire y él salió despedido contra una valla lateral. Me levanté (y me levantaron) un poco aturdido pero estaba bien. Sin embargo, el ciclista estaba tirado en el suelo y con la mano en la espalda. A los pocos minutos aparecieron dos coches de policía y una ambulancia. La ambulancia para él. La policía para mí. Me tomaron los datos y no me enteré de mucho más, pues mi inglés era como si hoy me hablases en ruso, y fueron los profesores los que hicieron lo que tuviesen que hacer.
Todo se quedó en un susto, pero en aquel momento aprendí aquello de que “nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro” (Mateo 6:24), y de que “ser tibio” (Apocalipsis 3:15) no trae buenos resultados.
¡Cuanta razón! ¡Un trasero no puede montar dos caballos!
Elige bien el camino que pisas y a Quién sigues. Saltar de uno a otro tiene consecuencias. Para ti y para los demás.