Hace unas semanas tuve el privilegio de predicar a un grupo de jóvenes en la iglesia de Newbold College. Lo que no me imaginaba es que antes de eso iba a acabar en una Iglesia Católica haciendo orientación pastoral (y en inglés…).
Mientras esperaba a que me recogiesen de la estación busqué un lugar tranquilo para repasar el tema y orar. Empecé a caminar y vi una Iglesia Católica, lo que suele significar silencio, fresquito y asiento. A los cinco minutos se me acercó una mujer (no había nadie más en la capilla) de unos cuarenta años, buscando respuestas a una decisión importante que debía tomar pero que no veía clara al cien por cien. Me comentó que le gustaría que Dios funcionase como una máquina tragaperras en la que pudieses meter una moneda y te diese una contestación.
Pero, ciertamente,
Dios no trabaja de esa manera.
No es un corrector ortográfico, ni una expendedora automática, ni el genio de la lámpara…
No te digo nada nuevo. Con toda seguridad has experimentado ese mismo “no sé qué debo hacer” o has implorado hasta la saciedad “¡dame una señal!”… ¡Yo también soy de los que necesitan carteles luminosos!
Sin embargo,
creo que a veces Dios no nos proporciona una solución concreta, sino que “nos deja cancha para jugar”, para que hagamos nuestro movimiento; con la seguridad de que Él estará con nosotros por dondequiera que vayamos (Génesis 28:15).
Orar, leer, esperar, escuchar, buscar consejo, analizar las opciones… Sí, amén a todo eso, pero sólo quiero añadir que en ocasiones
las respuestas no vienen en carteles luminosos
sino que esperan ser escritas por nuestro movimiento confiado en el Señor.
+ Abraham salió sin saber a dónde iba.
+ Isaac ascendió un monte y fue atado sin saber cuál iba a ser el final.
+ Jacob huyó de su hogar y volvió años después sin saber qué se iba a encontrar.
+ José fue arrojado a un pozo por sus hermanos y vendido como esclavo sin saber porqué.
+ Moisés vivió en el exilio del desierto cuarenta años sin saber cuál iba a ser su misión.
+ Jueces, reyes, profetas y discípulos recorrieron más veces la incertidumbre que la certeza.
Pero todos ellos dieron un paso. Hicieron su movimiento.
Porque somos invitados a caminar por fe, no por vista (2 Corintios 5:7).
Porque no estamos llamados a saberlo todo, sino a confiar en todo.
Por eso te invito a que te muevas.
Cuando estés cansado de esperar una señal inequívoca de Dios…¡muévete! Quizás sea Dios el que te estaba esperando.