A Luquitas y a mí nos encanta pasear hasta este riachuelo que tenemos cerca de casa.
Esta noche –hace unos minutos de hecho–, cuando estábamos en la cama, me ha dicho en voz bajita: “papi, ¿y si se me lleva la corriente?”
No me esperaba esa pregunta porque no estábamos hablando de “nuestro riachuelo”; pero ese pensamiento estaba en su cabecita…
Le he tratado de explicar que es muy difícil que eso ocurra porque él nunca se acerca tanto. Y porque ese agua no tiene tantísima fuerza. Y que incluso si eso llegase a pasar, yo estaría ahí para sacarlo, que no tuviese miedo, que yo le ayudaría.
En ese momento se ha acurrucado en mi regazo y me ha agarrado fuerte el brazo.
No he podido evitar pensar en estas promesas:
«No temas, porque yo estoy contigo.
No te angusties, porque yo soy tu Dios.
Te fortaleceré y te ayudaré;
Mi brazo siempre te sostendrá» (Isaías 41:10).
Mi fuerza, como papi, es limitada. Podré ayudar a Lucas en algunos riachuelos, pero no en todos ni en todo tiempo. ¡Ni yo mismo me puedo mantener a flote en algunos de los ríos por los que tengo que cruzar! Por eso te recomiendo que hagas como Luquitas, pero con tu Papá que todo lo puede y que siempre está ahí:
«Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo;
cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas…
Porque te amo y eres ante mis ojos precioso y digno de honra.
No temas, porque yo estoy contigo» (Isaías 43:2-5).
Tu Papá no es un salvavidas de hielo. Ni una fortaleza en el aire. Ni una idea de efecto placebo.
Es real.
Es tu aliento en el desánimo. Tu luz en el túnel. Tu esperanza en la angustia.
Los que hemos sido rescatados del oleaje, lo sabemos.
Brother and sister,
Gozo y Paz.