Esta tarde iba en el tren hacia Valencia y me he sentado junto a un hombre de unos cuarenta y muchos. En un momento del trayecto ha sacado un caramelo y se lo ha comido; ha jugado con el papelito del dulce un rato y luego, como quien no quiere la cosa, lo ha tirado al suelo, y con un movimiento que se suponía debía ser disimulado, lo ha arrinconado en un lado del vagón. Lo he visto y he pensado: “Hombre, que tienes una papelera a un metro… ¿le digo algo? No tiene cara de muchos amigos… No sé… Mejor me callo y sigo leyendo”. El caso es que a los 5 minutos ha vuelto a sacar otro caramelito y se ha puesto a jugar con el papel. “¿Lo va a tirar otra vez? No, ¿no?”, he pensado. Así que le he señalado a su mano y le he preguntado:

¿Quiere que le tire el papelito a la basura?

El hombre, un poco descolocado, me ha respondido:

Mmm… Eehh… no no, luego lo tiro a la salida.

Al poco tiempo el tren avisaba el final del trayecto. El hombre ha recogido su mochila del suelo y algo más… ¡el primer papelito que había tirado!

No sé qué habrá pensado el hombre, pero yo, después de reírme de la situación, contárselo a Loyda y chocar las cinco por el EPIC WIN, me pregunto:

¿Cuántos “papelitos” tiro cada día en el vagón de mi vida y en el de los demás? Y más importante, ¿cuántos recojo?