–¡Javieeeeeer! ¡¡Ven aquí yaaa!! –le gritaba la que parecía su madre desde el pasillo central del hipermercado. A unos metros estaba el chaval, de unos 13 años, concretamente en la zona frigorífica de los quesos.
Yo pasé a su lado, y ahí se hallaba el mozalbete estrujando a su gusto todos los quesos de tetilla que alcanzaban sus manos.
No tuve más reflejos que decirle: “No, hombre, no…; Javier, que ya eres mayorcito, no hagas eso por favor”.
Y dejando los quesos manoseados y deformados, se fue con la señora, como quien no ha roto un plato. Solo uno de esos cremosos requesones había sobrevivido a semejante “sesión de escultura libre”.
Ese día no tenía intención de comprar lácteos, pero me quedé pensando:
1. En Javier:
Y es que quizás el mancebo se imaginaba que aquellos quesos eran otra cosa. O no era consciente de lo que hacía. O sencillamente añoraba sus clases de figuritas de plastilina.
2. En los siguientes compradores de quesos:
Qué pocas ganas de tomar uno de esos productos manipulados, echarlo a la cesta, pagar y ponerlo sobre la mesa de casa (a menos que el consumidor fuese un apasionado del “arte lácteo abstracto”).
3. En el artesano de los quesos:
¿Qué pensaría al ver su obra deformada y maltratada? Con la forma tan esbelta que había dispuesto, con la de horas de trabajo y procesos que había invertido para que, finalmente, su afán se convirtiese en una pelota de juego.
4. En mí, en los que me rodean y en el Artesano (con mayúscula):
Porque, en un sentido amplio, todos hemos sido o somos como Javier.
Si bien el Diseñador hizo todo “bueno, muy bueno” en el principio, nosotros nos hemos encargado de darle una forma diferente, siguiendo los deseos de nuestras manos, creyéndonos lo que no somos, alejando al mundo y a sus habitantes de “su imagen y semejanza” original, pura y verdadera. Y el que venga luego, ¡que se apañe!
Mis manos, mis palabras, mis actitudes tienen la capacidad de formar y deformar, de edificar y destruir, de sanar y herir.
Sí. A veces sin querer, y otras queriendo, me encuentro haciendo lo mismo que Javier, pero con mi prójimo y con lo que me rodea.
Lo queramos o no, consciente o inconscientemente, damos forma a las personas con quienes interactuamos y al mundo en el que vivimos.
¡Qué responsabilidad! ¡Qué poder! ¿Qué vas a hacer con ello? ¿Qué forma vas a dar?
Has sido llamado a ser un agente de restauración.
A revertir el desorden del mal.
Dar forma siguiendo el diseño de lo Bueno.
Escuchar y re-escuchar al Espíritu.
Dejarte transformar por el Bien.
Respetar al Creador y a sus criaturas.
Tus hermanos. Tus hermanas.
Y depositar en ellos el valor que a los ojos de Dios realmente poseen. Tratarlos como Cristo los trataría. Colaborar en darles la forma que Jesús quiere darnos.
«Hermanos, no os canséis de hacer el bien» (2 Tesalonicenses 3:13).
Brother and sister, ¿oramos juntos por ello?
Gozo y Paz.