Hechos tan espeluznantes como los de esta tarde ponen de manifiesto
la fragilidad humana, condensada en un instante inesperado;
la tenebrosidad de algunas mentes, cegadas por el sinsentido de su propia barbarie;
la solidaridad de tantos corazones, conmovidos por un mismo espíritu de hermandad…
Se me encoge el corazón al pensar en tantos abrazos arrebatados, años incumplidos y vidas desgarradas.
Pienso en la enajenación de los autores de este salvajismo. Siento rabia pero también pena. Qué tenían en su corazón. Qué no tenían…
Me entra un sudor frío cuando leo la esencia del evangelio, el amor al prójimo, pero también al enemigo (Mateo 5:43-48). No sé cómo hacerlo.
Se me remueve lo más profundo cuando imagino al Nazareno crucificado, mirando a sus verdugos con la compasión de quien es capaz de decirles, sólo con un corazón inundado de Amor: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Hechos tan espeluznantes como los de esta tarde requieren que ensanchemos el corazón, nos mantengamos firmes como una sola voz frente a la brutalidad, y seamos esperanza en un mundo de gritos y llanto.
Padre, ayúdanos, porque no sabemos lo que hacemos…