Esta semana me he sentido inspirado por la lectura de las cartas que los primeros misioneros adventistas llegados a España enviaban regularmente a la revista internacional de la Iglesia, para compartir el avance de la obra en nuestro país. Los emocionantes relatos están llenos de descripciones de la España de principios del siglo XX, historias sorprendentes y una fe imparable.

Te transcribo una de las cartas: escribe el pastor Frank S. Bond (1876-1925), publicada en la Review&Herald, 18 de febrero de 1909:

«Con mi esposa y mi pequeño llegué el último lunes a Rubielos de Mora que está situado en las montañas del antiguo Aragón. Casi setenta millas de nuestro viaje lo hicimos por tren y desde la estación al pueblo otras tres horas de carro.

Estamos en el hogar de uno de nuestros hermanos quien comenzó a obedecer la verdad hace tres o cuatro meses en Barcelona. Su esposa había comenzado a andar en la luz varios meses antes. Estoy contento de informar que ellos son fieles al mensaje incluida la reforma pro salud. Estaban ansiosos de que llegáramos y celebráramos reuniones en su hogar. Los padres de este hermano están convencidos de la verdad sobre el Sábado y están tratando de obedecerlo. Sin ningún permiso de las autoridades estamos, de acuerdo a la ley española, expuestos a una multa si más de 19 personas asisten a nuestras reuniones.
Por eso anteayer presenté al alcalde del pueblo una petición formal por escrito, solicitando permiso para celebrar las reuniones. Todavía no me ha dado respuesta.

Apocalipsis 12:17 se está cumpliendo literalmente en este lugar. Los curas están decididos a echarnos de aquí; durante dos días la casa de nuestro hermano ha sido bombardeada con piedras por una brigada compuesta por chicos y chicas de edades comprendidas entre cinco y quince años. Ayer por la noche consiguieron hacer dos grandes agujeros en una madera de la puerta de entrada. Durante el sitio pronunciaban un grito de guerra constante. El cura les había enseñado a los niños esta canción:
“Fuera, fuera, protestantes;
fuera de la nación;
que queremos ser amantes Del Sagrado Corazón;
¡Viva la Virgen!”

Algunas piedras que venían zumbando contra nuestras puertas tenían varias pulgadas de diámetro; una de ellas era casi tan grande como la cabeza de un hombre.
En una ocasión me atreví a asomarme al balcón para ver cuántos estaban tomando parte en la demostración. Conté unos noventa. Pero no sentíamos miedo cuando estábamos allí sentados escuchando la tempestad de piedras contra la casa. La preciosa promesa -“el ángel del Señor acampa en derredor de los que le temen, y los defiende”- sonaba hermosa en nuestros oídos. Estamos muy agradecidos por tener parte en esta bendita obra. Estamos deseando ver que más obreros sean enviados aquí, a esta nación de las más oscuras; esperamos y oramos para que sean trazados planes pronto que hagan de esto una realidad.

Este es un país montañoso y como ha caído mucha nieve cerca de este lugar durante los últimos días, estamos teniendo un tiempo muy frío. Pero juntándonos alrededor del viejo hogar de fuego, nos mantenemos en confortable calor. Nuestro ánimo es bueno y estamos contentos de ser útiles en la obra del Maestro.»

(Traducción de la carta: Dottie Doménech)