1/2

Ayer un ladrón entró en mi casa.
Sabía que iba a venir. Casi lo estaba esperando… Me asomé al balcón y por allí lo vi acercarse con su inocente apariencia. Nos saludamos en la distancia con media sonrisa estúpida. Bajé las escaleras y puse mi mano sobre el pomo de la puerta. Estaba listo para abrirle, pero al mismo tiempo una parte de mi me imploraba inquieta: ¿En serio? ¿Sabes lo que estás haciendo? ¿Es lo que quieres? ¿Por qué? Pero no pude hacer otra cosa. No fui capaz y le abrí como si una ley me sometiera a hacerlo.
–Entra –le dije sin saber lo que estaba diciendo.
Él no abrió la boca pero sus ojos me lo dijeron todo. Entonces sentí una punzada en mi interior. Un sabor amargo recorrió todo mi ser. Él avanzó rápido. Ansioso. Sabía que no tenía mucho tiempo. Se llevó lo que pudo. Revolvió mi hogar. Me quitó parte de mi vida. Y salió de casa riéndose. Cerré la puerta y me quedé un rato confundido, sin saber muy bien qué había ocurrido… Otra vez.

Sí.
“Pecado” es una de esas palabras religiosas y feas que son difíciles de explicar y que cuando se pronuncian en voz alta dejan un tufo desagradable en el ambiente. No es para menos. Virus troyano, carga aplastante, transgresión de la ley, nota discordante, no hacer el bien… Un ladrón que te arrebata la vida. Eso es. Que te engaña. Que te roba el aliento. Que te secuestra. Un intruso de mil caras, indomable y que siempre quiere más de ti.

A Pablo de Tarso también le visitaban ladrones y lo expresó así:
“Yo soy meramente humano, y estoy vendido como esclavo al pecado. No entiendo lo que me pasa, pues no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Y si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace sino el pecado que habita en mí. Así que descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal. Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios; pero me doy cuenta de que hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo. ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará?” [Romanos 7:14-24]

Esta última es una buena pregunta.