No sé si alguna vez has salido a correr y, en cierto momento, has intensificado tu carrera como si tratases de escaparte de ti mismo. Como queriendo dejarte atrás…

Aumenta tu sudoración. El ritmo cardiaco se acelera. La respiración se vuelve brusca. Exhalas. No puedes más.

Finalmente te detienes, inclinas tu cuerpo hacia adelante y giras la cabeza con la esperanza de haberte desprendido de tu carga. De tus sinsentidos. De tus contradicciones. De esa parte de ti que…

Sin embargo, como ese niño que descubre por primera vez su propia sombra y trata de deshacerse de ella, te das cuenta de que tus esfuerzos son inútiles. Caducos. Y de que no te han llevado muy lejos.

Suspiras. Otra vez. Otro día más.

Te sientes esclavo de aquello que aborreces. Vendido a una ley que te supera. No haces el bien que quieres sino el mal que no quieres.

Las sombras siguen acechando.

Los sinsentidos regresan como pan diario.

Las contradicciones han vuelto a encontrar su dirección contra ti…

Pero todavía te quedan opciones:

Para dejar de ver sus sombras, hay quienes se alejan de la luz y prefieren moverse en tinieblas. Problema “resuelto”.

Unos, en busca de cierto alivio, han decidido seguir el consejo de disfrutar de sus contradicciones olvidándose de cualquier otro asunto.

Otros “se han hecho mayores”, se han acostumbrado a ello y no se plantean ni correr, ni moverse, ni seguir consejos. Que el tiempo pase hasta que se acabe.

Somos lo que somos. Es verdad.

Pero

no tenemos porqué seguir siendo así.

También puedes dejar de huir. De fugarte. De escaparte de ti mismo.

La respuesta, dice uno llamado Pablo de Tarso,

está en Jesús [Romanos 7:25].

Permíteme ser tu luz [Juan 8:12], te reta.

Dame tus contradicciones [Marcos 2:17], te invita.

Déjame acompañarte en tus valles de sombras [Salmo 23], te promete.

Entrégame esa parte de ti que… [Gálatas 5:1], y entonces te libera.

La próxima vez que salgas a correr, recuerda que, si tú quieres, no corres solo.

 

Gozo y Paz,